El Osito de Peluche.

Day 2,482, 15:39 Published in Spain United Kingdom by Lillian Ravenscourt

Se despertó con un aroma metálico llenando sus pulmones, parecía desorientada, como si su mente hubiera perdido la percepción del espacio donde se encontraba. Gritó a su padre, un alto miembro del egobierno de eEspaña, con todas sus fuerzas. La oscuridad la envolvía y no le dejaba ver nada, era como si una niebla negra y espesa lo rodeara todo, estaba asustada. Abrazó con fuerza su osito de peluche y el recuerdo de su madre le vino a la mente. Había sido una mujer brillante, estaba en la cima de una gran empresa que había construido piedra a piedra con gran esfuerzo. Su padre y ella se habían conocido en una fiesta del egobierno y el amor surgió sin más. Se casaron pronto y la tuvieron a ella, pero esa felicidad había durado poco. La pequeña se había criado en un hogar roto, el divorcio asomó su fea cara hacía apenas unos años.

Se bajó de la cama y dio tres pasos, notaba sus pequeños pies pegándose al suelo. Se arrodilló asustada y casi ciega en la negrura y comenzó a gatear despacio por la habitación. No reconocía ese lugar, había estado un millón de veces en aquella casa desde el divorcio; sus padres compartían la custodia. Aquella no era su habitación, la orientación de la cama era diferente. Se frotó sus ojos con las manos y algo pringoso le mojó el rostro. Las piernas le temblaban y respiró profundamente, tan sólo era una niña asustada de siete años, agarró con fuerza el peluche y gateó por la habitación. Adelantaba una mano con miedo, intentando tantear el terreno, se sentía perdida y el terror le invadía cada fibra de su ser. Se sintió desfallecer por unos segundos, aquel olor, empezaba a ser desagradable y parecía que en cualquier momento el aire se le iba a agotar. Avanzó uno de sus brazos y algo se le clavó en la palma de la mano; un grito se escapó de su garganta y se frotó la mano con la otra. Algo pequeño cayó de ella.

Después de un minuto frotando su mano e intentando calmar su respiración, reunió valor para coger lo que se le había clavado. Era pequeño, redondeado, con una especie de hilo sujeto a la esfera, notó el pincho al final, eso debía ser lo que se le había clavado. Agarró a su osito y lo abrazó fuerte, en el fondo de su mente sabía que era aquello, pero el terror se negaba a darle la respuesta. Se tomó un momento para intentar aclararse y dio una gran bocanada de aire, por un momento aquel terror que la atenazaba desapareció para volver con más fuerza si cabe cuando vislumbró que era aquello. Era uno de los pendientes de la nueva mujer de papá, él se lo había traído las primeras navidades que pasaron juntos como familia, para conmemorar el día, había dicho. Aquellas horribles navidades en las que se pasó todos los días llorando y pidiendo volver con su madre. Aquella madre ausente con el corazón desgarrado por la traición de su padre. La había oído hablar con su tía sobre aquello, aunque apenas entendía muchas de las cosas que decían. Sabía que su padre y aquella horrible mujer de voz chillona habían empezado una aventura cuando ella tan solo tenía cuatro años. Oyó a su madre decir que todas aquellas reuniones hasta altas horas de la noche y aquellos viajes de negocios, eran la excusa que su padre ponía para estar con aquella mujerzuela que tanto detestaba. Como la odiaba, secretaría venida a menos que usurpó el lugar de su mamá, destrozando a su familia y se lo había dejado claro, le había dejado claro su odio y desprecio por ella.

No entendía que hacía allí el pendiente y lo guardó en el bolsillo que su osito llevaba en la panza, entonces, un click activó su pensamiento. Pareció que el puzzle cobraba forma y se orientó. Reconoció la rendija de la puerta. No era su habitación, la suya no tenía la puerta en ese lugar. Estaba en la habitación de su padre, fue el empujón que necesitaba, se puso en pie y se lanzó a la carrera hasta la puerta. Salió por ella y se fue directa al lavabo. Apenas prestaba atención a nada, necesitaba recomponer su memoria, abrió el grifo del agua intentando comprender que hacía en aquella habitación. Su osito de peluche, al lado del grifo, era su compañía silenciosa. El color rojo del agua la sacó de su fantasía, sus ojos se abrieron de par en par y miró al espejo, su cara manchada de rojo. Entonces lo supo, supo que aquel olor metálico era de sangre. Corrió de nuevo al cuarto de su padre con el osito colgando de su mano, encendió la luz y vio los cadáveres de ambos.

Su padre aun tenía la cara desencaja por la sorpresa y el dolor. Ella, aquella estúpida mujerzuela, estaba tumbada en el suelo en una postura imposible, con todo el cuerpo lleno de sangre y cortes; la lengua le colgaba de su pintarrajeada boca y sus ojos, demasiado maquillados miraban al vacío sin expresión. Se habían ensañado con ella de un modo cruel y furioso, se tomaron su tiempo, seccionando algunos de sus dedos, cortando sus mejillas hasta llegar a la comisura de los labios. Le habían rajado el bajo vientre y entonces la niña recordó como días antes su papá le había dicho que esperaban un bebé, un hermanito o hermanita para ella y eso hizo que su mundo se derrumbara, ahora nunca volvería con su mamá. Lo había jodido todo aquella estúpida y encima ahora se quedaba embarazada. La niña miró furiosa al osito y del bolsillo donde había metido el pendiente, sobresalía el filo del abrecartas de plata que mamá le regaló a papa cuando ella nació, estaba manchado de sangre. Zarandeó al osito y furiosa le dijo:

Solo tenías que matar a esa zorra, no a papá. Ella tenía que morir para que así papá volviera con mamá y fuéramos una familia de nuevo.

El osito la miraba con sus ojos vacíos y ella se derrumbó entre sollozos, mientras repetía una y otra vez que solo tenía que morir ella, no su padre.

Fuera, la eciudad continuaba con su evida, ajena a aquella pequeña y lo que había sucedido...